jueves, 15 de marzo de 2012

Silencio




La pareja habita el único edificio de un barrio -que se podría decir- queda detrás de algo. El edificio es enorme, claro, un barrio barato para dos. Es blanco, siempre parece fotografía postmoderna. Siempre es igual. El edificio está habitado por pocos propietarios, la gente es escasa. El lugar, como boca de lobo.

Ambos trabajan en lo suyo, queremos decir, no hablan de ello. A veces hacen planes, a veces sólo cohabitan, coexisten, colaboran el uno con el otro. De a poco han dejado de hablar, a veces ocurren días, a veces tardes. Fines de semana completos. Un día sigue al otro. Dos.

La pareja se encuentra en las esquinas del departamento, a boca de jarro, pero no hablan. A veces ni se miran, solo pasan. Algunos días se miran, de a poco se observan sentados en el living, por muchísimo tiempo. Luego él, o ella, se da vuelta. Otras veces el rito es enérgico, y ambos hacen el amor en la alfombra sin mayor complicación. Luego se duermen, cada uno en su territorio. Como si la vida se desdoblase allí.

El rito es el rito, hay que saber cuando no tomar el turno, más que cuando hacerlo. Cuando hay un mal turno todo desaparece. Ella se vacía, el aire se espesa y todo acaba. Con él a veces ocurre lo mismo.

En ocasiones ella piensa en qué podría cambiar, pero no lo sabe. Matías llega, prepara comida, se sienta en frente o al lado suyo. Comen, se miran, a veces se besan. Cada día es así, como aprendiendo a buscar una palabra. Es el rito de hoy y de siempre. Siempre estuvieron así. Piensa que siempre lo estarán.

Si alguno muriera, el otro simplemente dejaría de dormir con alguien a su lado. ¿El motivo de ello? no lo sabe. Cuando dicen que debes vivirlo, sí, es así. La cotidianeidad determina diversos resultados, todos inesperados. Se requiere que lo eterno sea como debe ser lo eterno: silencio.

Laura le pisa los pies por accidente a Matías en las esquinas del departamento. Se miran. No sabe si fue su idea o la de ella, ésta, la de vivir sin hablarse. A veces dan ganas de gritarle, piensa Matías, pero nunca un rencor puede con él. A Laura parece no importarle nada. Amigos no los visitan, Laura no ha quedado embarazada en cinco años ya. Imagina que podría ser algo complejo, algo que cambiaría sus vidas. Alguien más a quién explicarle una vida.

Aunque -esta vida- a Matías sigue pareciéndole la sensación más placentera que podría tener. Vivir en una casa en que la mayor parte del tiempo es silencio. Con el paso del este fueron hablando menos. Lo sabe. Cuando eran novios hablaban, pero no era su costumbre favorita. Esa siempre fue vernos piensa Matías. Sencillamente mirarnos. Una idea, un acoso real de ideas desarrollándose entre ellos no era lo suyo. Siempre casi de acuerdo en todo, para qué competir por ello.

La idea de que cada idea, propiamente tal, sería algo en lo que invertirían tiempo y ganas, una definición en donde ambos se mirarían para sonreír al finalizar les parecía casi ridículo, puesto que al final estarían de acuerdo en todo. Y qué decir del fondo del asunto, en donde cada lectura sobre algo es subjetiva y personal, pensaba Laura, porque cada lectura que se haga está sujeta a su propio concepto sobre ello: único, intransferible, inexpresable, hueco. Y la Tierra sigue ahí, vacía en su centro, y nosotros aquí, como presos sin poder verla, se decía Matías. Arriba, -como las ideas-, seguimos, sobre cada continente, sin poder entrar hasta el fondo. Así mismo el mar; nos movemos sólo superficialmente, no logramos la profundidad necesaria en ningún asunto. Es por ello que seguimos aquí, piensa Matías, y en el fondo sabe que Laura también lo cree así. Se miran, lo piensan, lo concluyen. No hay para qué reafirmarlo. Se besan.

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